martes, 16 de septiembre de 2014

La esfinge y el viento

(Relato ficticio)
Entré en la habitación con una ilusión desbordante. Estaba a punto de empezar una nueva etapa en mi vida, la universidad. La verdad, yo me veía todavía muy pequeña para pensar en todas estas cosas, pero bueno. Me había movido a la otra punta del país para poder formarme mejor. Y claro, iba a tener que conocer a mucha gente ahí fuera. Entre qué ponerme, cómo actuar, mi forma de hablar para poder contentar a la gente me estaba haciendo un lío. Me miré en el espejo viejo de mi habitación con gesto de desaprobación. Esa ropa era buena y cómoda, pero no la apropiada para mostrar que soy una chica que viste de forma arreglada. Cogí con resignación uno de los varios vestidos que mi madre me había obligado a comprarme y me lo puse. Me sentía como un saco rosa chicle. Pero bueno, mejor que unos vaqueros y que una camisa vieja, supongo. Suspiré y me tiré en mi mullida cama concienciándome de que iba a empezar algo totalmente nuevo y desconocido. Cambié de posición y vislumbré un libro que descansaba en la mesilla de noche; era el libro de cuentos infantiles que me contaba mi abuela de pequeña, francamente, no podría haberlo tirarlo después de todo este tiempo. Abrí las páginas con cierta nostalgia y con sumo cuidado. Fui pasando las páginas y vi un cuento del que no me acordaba para nada, qué raro. Se titulaba "La Esfinge y el viento", al parecer anónimo.

"Cuenta la leyenda que en el Antiguo Egipto, los humanos empezaron a conocer los materiales y cómo manipularlos, y con aquellos avances y conocimientos que adquirieron erigieron una majestuosa y enorme esfinge. Una auténtica proeza, todo el mundo hablaba de lo increíble que era. La esfinge era feliz, siendo la más aclamada de todas las obras arquitectónicas de aquellos tiempos.
Pero los humanos poco tardaron en mejorar y aprender. Y construyeron las pirámides. Auténticos laberintos llenos de salas de momificación y veneración a Anubis, dios egipcio de los muertos. Rápidamente el mundo empezó a hablar de las pirámides de Egipto con mucha más admiración que cuando la esfinge se creó. 
Al ver esto, la esfinge montó en cólera y llamó a Ptah, el mismísimo dios creador, inventor de la albañilería y con poder sanador. 
-¿Qué sucede, esfinge? ¿Qué has?
- Las pirámides son la obra arquitectónica con más reconocimiento que yo incluso. Eso es intolerable, Señor de la Magia. Y yo, que fui la primera, la más importante antaño, he sido completamente olvidada por esos necios humanos. !Soy más bella y enigmática que esas pirámides!
- ¿Qué sugieres pues?
-Necesito cambiar de forma. Quiero ser la más bella obra arquitectónica de todos los tiempos.
-¿Aunque eso conlleve perderte a ti misma?
-Lo que sea. 
-Hablaré con Shu, el dios de los vientos y la luz, para que invoque fuertes y raudas corrientes que pasen y te modelen para que seas la más querida. 
La esfinge estaba pletórica de alegría y accedió sin dudarlo. 
Pero lo que no sabía la esfinge era que el dios Ptah le había engañado. Al ver la desbordante e innecesaria soberbia de la esfinge invocó aquellos vientos para que cada uno de los granos que conformaban la esfinge se fuesen volando con el viento para ir a parar a las dunas, las verdaderas proezas naturales adoradas por los hombres egipcios. Y así la esfinge seguiría siendo venerada."
"No por ser superior
condenes lo que hay en tu interior".

Miré con interés la última página. Y me quité ese horrible vestido rosa fosforito para ponerme lo que realmente quería yo, la ropa cómoda de antes. Me miré al espejo y me reí. Ya sabía perfectamente lo que iba hacer. No dejarme perder por los demás como la esfinge. La clave de ser feliz es uno mismo.
Con una sonrisa puesta en la cara, y la última frase grabada a fuego en mi mente, salí de mi casa para empezar algo totalmente nuevo.