El sonido de las
gotas repiquetear contra el suelo mojado se repetía una y otra vez en mi
cabeza. Tic, tic, tic. La noche era fresca, la brisa corría suavemente y la
noche era clara. Tic, tic, tic. No paraba.
Estar ahí era un
auténtico espectáculo. Desde la parada de autobús, se veían las luces
cosmopolitas de la gran ciudad que se hallaba unos cuantos kilómetros más lejos
de nosotros tintineando vivamente. También se oían las últimas gotas de lluvia que nada
tenían que ver con la tromba de agua que atronó la carretera hace
relativamente poco, unos cuantos minutos.
Noté tu brazo
rodeándome, caliente en contacto con mi fría piel. Cerré los ojos para pensar,
pensar en qué hacer para no dormirme a tu lado. Estaba tan a gusto. El sonido
de la lluvia era como si fuese una nana
cantada rítmicamente, que relajaba a cualquiera que lo estuviese oyendo.
Coloqué mi cabeza en la cálida y cómoda unión de tu cuello y tu hombro. Me
sentía segura a tu lado. Como protegida de cualquier problema o mal en el mundo
simplemente apoyándome en ti.
Suelen decir que
el paraíso es un lugar, un lugar perfecto; la verdad, yo no lo creo así, creo
firmemente que el paraíso de alguien puede ser también una persona. También que
el paraíso era donde Adán y Eva estaban refugiados en un entorno perfecto,
libre de preocupaciones, sin ningún mal. Pero creo que también se puede ser
acogido, refugiado, en una persona. Alguien puede ser el ambiente perfecto para
otra persona, su razón de ser, de pensar, de vivir. La causa de la disipación
de todos los problemas. La capacidad de mover la mar y la tierra con tal de
encontrar ese equilibrio.
Y ¿sabes? Me
perdería infinitamente contigo con tal de volver a pasar momentos tan perfectos
como éste. Porque un paraíso así no es fácil de encontrar.
Tic, tic, tic.
Entre la lluvia,
tu calidez, y tu mano acariciándome la mejilla acabo cerrando los párpados, con
una sonrisa deslumbrante en la cara.
Es inevitable,
supongo.
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