jueves, 1 de diciembre de 2016

Anatomía del cielo.

El día se tornó sin previo aviso lluvioso, como si de la típica estampa inglesa se tratase. Pero no era Inglaterra. Por eso me extrañó. Lo único que me apetecía ahora era un café caliente y humeante con leche de avena.
 Las cortinas dejaban pasar unas tonalidades rosas y anaranjadas que se fundían con la pared, infundiéndome cierta sensación de calidez a pesar de todo. Se ajustaban a los pequeños montículos del gotelé como si fuesen ondas de un mar rojo de lava. Llegó a mi agarrotada y enrojecida nariz un olor  reconfortante de café y leche de avena.
Notaba un frío glacial en mi ser, como si me paralizasen los músculos. Demasiado que hacer. Demasiado que retener en mi mente. Demasiado que pensar. Demasiado.
 Mi mente se hallaba en una encrucijada: pero ésta estaba a su vez calculando y organizando las próximas dos horas que iban a ser una pura maratón memorial. Yo como tal trabajaba, pero los datos fluían como meros soplos de aire sin importancia por mi corteza cerebral, paseándose caprichosamente y jugando conmigo en vez de quedarse estáticos, como debía ser.
Durante este juego desequilibrado apareció la leona de la casa, dándose cabezazos sordos contra la pobre puerta. Su pelo abundante y sedoso de la cola me recorrió el tobillo sutilmente, como si pensase que no le hubiera oído.
Resoplé. Lo que hacía siempre sin excepción era subirse sobre mi ordenador y esperar a que le diese caricias en su tupido vientre, mostrándomelo mientras emitía ronroneos de una forma bastante estridente y alta. Pero esta vez no iba a ser, no. Hoy sí que no.
Sí, se subió a la mesa, pero no se fue hacia mi ordenador. Simplemente, se sentó, tan grácil como siempre, y se puso a observar el cielo lluvioso fijamente, con las orejas puntiagudas recortadas sobre el fondo, como si nada más importase en el mundo. Pareció pararse el tiempo, mientras ella giraba la cabeza con curiosidad mientras contemplaba con fervor cómo simples gotas se chocaban y resbalaban contra el cristal. Como una frontera invisible que le separaba a ella y a mí de aquel frío y cruel pero a la vez bello mundo. Y llamadme loca, pero sé que lo hizo para que me levantase de aquella gastada silla para ir a por el café con leche de avena. Tomando sorbos lentamente para no abrasarme, me coloqué a gusto, y, como ella, me puse a mirar el cielo. Como si nada importase.
Y es que era cierto, nada importaba más que eso en ese momento.


domingo, 25 de septiembre de 2016

Bosque, agujero negro e hilo.

Estimada hoja de servilleta rosa:
Ya puedo moverme. A pesar del dolor he podido deslizar las piernas, estirar un poco el abdomen para acercarme a la baja silla del comedor y poder relatar esta gran hazaña que me acaba de suceder.
Pero por supuesto, voy a explicar las circunstancias de mi paradero: las cinco de la tarde, las cuatro en las islas canarias. Estoy sola como podréis pensar muy razonablemente en un albergue cerca de la sierra de Zamora. Un lugar perfecto para perderse y solitario,  justo lo que yo busco en verano. Por la noche se ve un cielo perfecto para ver las estrellas y buscar constelaciones. Lo peor de todo son los bichos.  Desde saltamontes en la cama hasta mosquitos en el revuelto de ajetes y gambas para cenar, no hay escapatoria. En cuanto a la decoración, he de decir que está absolutamente todo hecho de madera, hasta la silla donde me estoy sentando. No me extrañaría que alguien se marease mirando fijamente a cualquier lado por el infinito entramado de madera de la estancia. Además, está lleno de encaje. El papel higiénico está cubierto por una tela con encaje,  el mantel tiene un reborde de encaje blanco espeso, entre otras muchas cosas más. Parece una casa de la abuela. Solo le faltan las rollizas figuras de niños de porcelana con los pómulos sonrosados e hinchados haciendo tareas cotidianas con sus amigos mirándote con cara compasiva, como si te estuviesen pidiendo que les sacases de ahí. Si no fuese por ese detalle ínfimo os juro que pensaría que mi abuela se ha mudado a la montaña y se ha instalado en este pequeño bungalow. Por cierto, el dolor que sufro es de ovarios, el que no deseo a nadie, pues no ha habido dolor como éste que me mantenga inmovilizada en posición fetal durante dos horas. Por lo tanto, es obvio que mi familia se haya ido a hacer escalada. Me insistieron para que fuese, pero yo les dije que lo máximo que iba a poder subir era dos o tres metros si alguien me empujaba hacia arriba con mi posición de pelota. Después los metros que bajaría pendiente abajo inmovilizada serían muchos más de dos o tres.
Miré por la ventana el paisaje de postal de hoy: las nubes habían escapado para dejar mostrar el lustroso cielo en todo su esplendor, los pinos rellenaban los huecos  de las escarpadas montañas, hasta los geranios de la repisa habían salido, vivaces y contentos.
Estuve planteándome un buen rato salir en vista de que mi dolor me había dado una tregua y que el día no era tal para quedarse mirando tras una ventana cuando una ráfaga peluda me acarició el gemelo.
Qué tonta. No he hablado del gato. Ha venido con nosotros, es negro como una sombra y gordinflón. Su color azabache hace que no se distinga nada más que sus ojos color esmeralda. Se postró en la moqueta sin quererlo de forma muy elegante, dando pequeños golpes con la cola en el suelo. Le acaricié la parte trasera de la oreja izquierda mientras entrecerraba los gatunos ojos y ronroneaba.
Me di cuenta, así,  por casualidad, de que de mi camiseta salía un largo hilo. Lo alcé para comprobar su longitud cuando el gato lo miró con sus ojos abiertos al máximo.
Creo que no he comentado bien lo increíbles que son sus ojos: parece que alguien ha estirado una manta larga y peluda de color pistacho sobre aquel mundo curvo. Si los miras detenidamente puedes atisbar unos "pelillos", como brotes de hierba, que han sido paralizados por una granizada, dándoles un tono glacial.
Me tumbé enfrente de él y le mostré el hilo. Sus pupilas se expandieron, arrastrando con ella la selva amazónica que tenía por iris. Parecía un agujero negro que se tragaba toda aquella materia que luego la escupía cuando se contraía al parar el hilo. Mover, expandir. Parar, contraerse. Repetí aquel experimento hasta que me aprendí hasta el último movimiento de esos pelillos, la última montaña y depresión que aparecía en aquellos círculos perfectos. El gato se cansó de mi investigación precaria y hizo un ademán de arañarme sin sacarme las garras.
Cambié de posición por si acaso y me pregunté: ¿Por qué es así?  ¿Tendrá un mundo microscópico en sus ojos?
De perdidos al río.
Miré al techo y estuve convencida de que aquel gato tenía un mundo gigantesco y flexible  por explorar tras esos ojos. Y era mi cometido estudiarlo. Él, por la mirada que me echaba,  parecía reacio a presentarse voluntario.
Básicamente,  quería relatar esta dolorosa pero entretenida tarde que he tenido. Que ya tengo clara la relación  entre un bosque, un agujero negro y un hilo, nada más.
Algún día, gatos, algún día.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Callada

Callada.
Callada, sola pero rodeada de gente. Mis pupilas se mueven, no están fijas. Mis oídos están atentos a  lo que dicen. A todas las conversaciones que hay a mi alrededor. A las miles y millones de palabras y sonidos que intercambian. Algunos están debatiendo. Otros están conversando sobre cosas simples y banales. Preguntan cosas a las que yo sé la respuesta. Algunos argumentos son muy necios, y merece la pena que los rebata. Pero permanezco callada.
 En la perfección del silencio, cuando irrumpen sonidos, permanezco callada. Como un tótem, no despego mis secos labios. Mis cuerdas vocales no vibran. No quiero que vibren. No necesito que vibren.
No quiero hablar. No me apetece pronunciarme para aportar comentarios necios y vacíos. No me siento avergonzada por no hablar. No quiero hablar. No puedo hablar.
No tengo nada que ver con esa gente. No necesito saber sobre ellos. No quiero saber sobre ellos. No necesitan saber sobre mí. No quieren saber sobre mí.
Entonces, ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué hay una fuerza invisible que aunque no quiera, me persigue y me atosiga? No quiero estar aquí. No quiero. No quiero nada.
Me dejaré llevar a ningún lugar. A lo mejor soy yo. O son ellos. O es que no tengo claro si quiero o si no. ¿Si sí o si no qué? La cabeza me da vueltas. Los sonidos resuenan y rebotan en mi cabeza. Me palpita, causando una dolorosa sensación de mareo. No siento el asiento del autobús. Sólo los oigo a ellos. No puedo prestar atención a nada más. Pero no quiero prestarles atención. No necesito prestarles atención. ¿O sí quiero? Sólo quiero saber lo que quiero. Y lo que necesito.
Necesito algo, pero no sé. Quiero algo, pero tampoco.
Mientras tanto, permanezco callada.

lunes, 11 de julio de 2016

Admiro

¿Es justo todo lo que sufrimos? La estupidez, la llanura, el dolor hace de este mundo digno de ser tirado a la basura, de tacharlo de generalidades, contaminarlo, llorar, enfadarse, patalear, suicidarse, matar.
Desvanecerse, desintegrarse, volar con el viento. Y ya está.
Admiro a esos ermitaños que recelosos de lo que acontece por sus alrededores se escapan, en un viaje a quién sabe dónde, se abandonan a sí mismos, escapan de su acogedora coraza como un soplo plateado y se inventan lugares nuevos, donde la perfección es una cualidad más poco ostentosa, las criaturas más caprichosas lo habitan y los lugares por explorar son infinitos.
Admiro a aquellos que se aventuran a buscar la felicidad en los lugares más recónditos y poco probables de encontrar, entre lo vulgar y sencillo, los que nadan por mantenerse a flote a pesar de la tormenta que arrecia fuera. Los que, entre su paleta de colores oscuros se las ingenian para pintar un cuadro de colores llamativos.
Admiro a los que han nacido con un alma inquieta, tanto que no son capaces de callarse cualquier maldad que presencian, que luchan por el bien de sus similares y no tan similares antes que por el suyo propio poniéndolo en peligro la gran mayoría de las veces, pero que a la par enmudecen para escuchar cualquier argumento de posible mejora.
Admiro contemplar la evolución de aquellos que, anteriormente sumidos en la negrura, ya no lo están, y gracias a aquella experiencia, se han labrado un brillante escudo de conocimientos y se esfuerzan por hacérselo conocer a los que viven con él.
Admiro a los que consiguen, rodeados entre tanta miseria y barbarie y tras la espalda de sus compatriotas, salir adelante con la cabeza bien elevada, con una sonrisa pintada verdadera en el rostro, que disfrazan el complot y lo pintan con colores bellos para que los demonios negros no se instalen en los corazones de los más inocentes. Que hacen crecer bosques tropicales en los terrenos donde otros veían baldíos. Como las hojas secas que el viento arranca y posa en el suelo hasta que un nuevo soplo azaroso las levanta en el cómodo vuelo, así son ellos, pacientes, estáticos, leales.
Admiro aquellos, que tras problemas internos entre dos polos que se repelen saben mantenerse en la neutralidad y consiguen no corromperse y agarrarse a ellos mismos en el sendero de la vida, a aquellos que juegan todas sus cartas por la sinceridad casada con la humildad, aquellos que saben identificar un gesto verdadero entre la marea inmensa de trampantojos.
Aquellos que lleváis la felicidad y la justicia como bandera, me faltáis muchos por enumerar. Y si me pusiera a hacerlo sería incapaz de finalizarlo. No sois un hombre fornido con capa y tupé, debido a que esa imagen no existe. Sois los héroes dotados del poder más importante en esta vida: la perseverancia.

“If you wanna make the world a better change, take a look at yourself and make a change”

martes, 21 de junio de 2016

Parada temporal + Romance a la imaginación

Hola, navegadores de internet:
Vengo a deciros que me encuentro en un momento de Stand By a lo que las entradas del blog respecta (no me matéis, DEJAD QUE ME EXPLIQUE), pero es NO significa que no esté escribiendo.
No sé si os acordaréis de una historia que subía por partes allá por el siglo III y lo dejé a medio porque no me convencía (Cuando Despiertes). Pues me ha venido a la cabeza estos días una idea mucho mejor a mi parecer  y con mayor capacidad de ser desarrollada, creo que puede dar mucho más de sí que la anterior, ahora las cosas tienen mayor sentido y están bastante mejor justificadas, además de que para cada detalle me estoy documentando para que la parte real sea verídica.
Lo estoy enfocando casi como libro, pues estoy introduciendo bastantes personajes y reflexiones que dan a conocer sus personalidades mucho mejor, de tal forma que llevo 3 días escribiendo sólo la primera parte que subí y me ha ocupado muchísimo más, además que he introducido más problemas, más giros de acontecimientos, y sobre todo, ese momento del principio que te deja en shock necesarios en cada cuento que escribo.
Pero para que no os sintáis decepcionados, os dejo aquí un romance si se puede llamar así que hice en 1º de Bachillerato en honor a la imaginación, que lo presenté al típico concurso literario. Antes me parecía increíble, pero ahora lo veo bastante mediocre y aburrido, pero bueno, me da mucha nostalgia y me identifico porque me considero (y me consideran) muy imaginativa. En fin, espero que lo disfrutéis, al menos la rima asonante está.
Poco frecuente de hallar,
ineficaz en algunos,
herramienta útil en otros.
Planea por el cielo oscuro,
un rastro inspirador deja
va a mí como un rayo puro.
De pronto algo en mí se enciende
 creo en mi mente mundos,
todos son tan parecidos
pero a la vez tan únicos.
Bosques frondosos,  mágicos,
magos, hechiceros, faunos,
lagos y mares verdosos
todos siempre tan profundos.
Sirenas, peces espada,
calderones vagabundos.

También villas medievales,
un verdugo despiadado
a los criminales mata…
¡los pobres tan desdichados!
Juglares trovadorescos
por las calles van cantando
historias de princesas
sufriendo por su amado.
Mitología clásica,
ninfas del bosque, centauros,
Atenea, Hades,  Zeus,
Los tres dioses alabados.
Planetas inexplorables,
Universos estrellados,
todos ellos tan hermosos
pero por siempre alejados.
Noto la luz apagarse,
 y queda todo ocultado.
Aterrizo en tierra firme,
sin prisa voy tanteando,
lentamente reconozco
esta tierra con mis manos.

¿Esto es la cruda realidad?

martes, 7 de junio de 2016

M´ aburro.

Buenos días lectores y lectoras.
Tengo que contar una manía extraña por la que me ha dado estas semanas que estoy un poco más libre de los exámenes, que consiste en memorizarme poemas cual cría de 4º de primaria. Pero es que de verdad, hay ciertos poemas que merecen la pena memorizar. Sobre todo rimas de Bécquer. Tengo un libro que me vino por herencia de mi abuelo que son las obras completas de Bécquer, en una edición de 1945, con páginas delgadas y suaves, y un olor de esos profundos de libro que me pasaría con las narices metidas en él de por vida. 
Y, ¿por qué os estoy contando esto? Por nada,  simplemente no tengo nada mejor que hacer, y creo que no está mal que lo cuente por aquí para que veáis lo rarilla que puedo llegar a ser.
 Ya de paso os pongo un poema que me gusta mucho por el poco sentido que tiene (es surrealista), y aun así lo muchísimo que expresa,  que se llama Ciudad Sin Sueño, de Federico García Lorca. (Este no me lo memorizo, este lo leo, que conste, a tantos extremos no llego).

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. 
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan 
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas 
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Hay un muerto en el cementerio más lejano 
que se queja tres años 
porque tiene un paisaje seco en la rodilla; 
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto 
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase. 

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda 
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. 
Pero no hay olvido, ni sueño: 
carne viva. Los besos atan las bocas 
en una maraña de venas recientes 
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso 
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. 

Un día 
los caballos vivirán en las tabernas 
y las hormigas furiosas 
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. 

Otro día 
veremos la resurrección de las mariposas disecadas 
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos 
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua. 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero, 
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente 
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato, 
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, 
donde espera la dentadura del oso, 
donde espera la mano momificada del niño 
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul. 

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien cierra los ojos, 
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo! 

Haya un panorama de ojos abiertos 
y amargas llagas encendidas. 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
Ya lo he dicho. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, 
abrid los escotillones para que vea bajo la luna 
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.




miércoles, 1 de junio de 2016

Conciencia

Nuestra especie se encuentra asentada en una de las miles esferas que se encuentran en nuestro universo, poblada de una gran inmensidad de seres vivos.
Lo que nos dota de esa pincelada de vida es la capacidad de encoger corazones, gritar de dolor, que nuestro ser se paralice, que sintamos la necesidad imperiosa de huir de nuestro espacio vital y añadir experiencias nuevas a nuestra alma vacía, y sobre todo, el establecer relaciones entre los seres que nos rodean. Estas relaciones están basadas en el respeto, en el amor, en algo tan básico como encender una llama  y comprometernos a protegerla y a no dañarla y que ningún alma maliciosa se atreva a apagarla.
Muchas veces desaparece dentro de las ideas que frecuentan nuestra mente que no habitamos solos. Igual que nuestro interior, el exterior debe estar equilibrado, si no la cordura desaparecerá.
Todo esto es muy bonito de decir, ¿no? Suena bien.
En la zona en la que habito sigue vigente e incluso amparada por la ley una tradición que debería helar la sangre de todo ser que lo presencia, pero que, por contrapartida, alegra, provoca sentimientos de diversión y malicioso entretenimiento.
A lo largo de mi vida ha habido muchos incidentes que han sido objeto de mi curiosidad, algunos los he logrado comprender, otros los he aplazado para entenderlos cuando mi mente envejezca y haya vivido más; sin embargo, siempre hay uno que se ha quedado incrustado y se resiste a cualquier punto de vista que lo arranque de la zona en la que siempre ha estado: en la incredulidad completa.
No hay nada que no te hayan hecho ya. Fuego, lanzas, palas, cuerdas... Ya se han inventado todas las formas para provocar tu muerte, todas cada cual más dolorosa en las que sales evidentemente perjudicado.  Lo has soportado todo ya. Podría decirse que eres un vertedero en el que guardamos y descargamos los desechos que ya nos pesan demasiado. La transferencia de problemas para eximirse de ellos es algo muy gratificante en el alma siempre. Miedos y ansiedades que constituyen una mezcla mal amasada que se traduce en violencia, hacia ti, por supuesto. Debe ser que la conciencia es una cualidad exclusiva de ciertos humanos.
Se me encoje el alma al observar estos animales en la vida libre. Grandes y voluminosos, son imponentes a la par que mansos. Su mirada es algo increíble. Transmiten serenidad, belleza, inocencia. Nobles, son ajenos a lo que les va a ocurrir  más tarde.
Es curioso los berenjenales en los que nos metemos los humanos. Siempre nos las arreglamos para estropear todos los ingeniosos mecanismos que la naturaleza ha dispuesto con amabilidad. De hecho, es mi propia especie la que participa en la "matanza digna" de este animal.
Porque, el hecho de morir lentamente delante de un coro que vitorea a favor de tu muerte ejecutada por un verdugo disfrazado de luces confusas mientras se burlan de tu existencia rezuma dignidad. He de decir que incluso hay caballos, primos hermanos tuyos, que son cómplices sin ellos quererlo de tu muerte, ya que les tapan los ojos para que no se percaten de la atrocidad que están haciendo.
Cada día que pasa intento entender el por qué de toda esta locura, quizá la razón que más entiendo es la cantidad de ingresos que acumula, ya que desgraciadamente, personas de otros países asocian esta estúpida tradición con nuestro país. Es curioso a la par que terrorífico analizar el hecho de que hay millones de humanos, con mis mismas cualidades psicológicas, con la misma estructura cerebral que apoyan este hecho, y además, disfrutan con ello. Muchos rebatirán estos argumentos con la insostenible idea de que es una afición, como a quien le gusta el fútbol. En el fútbol que yo tenga constancia a los jugadores no se les tortura hasta la muerte. Pero bueno, tengo que admitir que no me considero seguidora de este deporte así que será eso. A lo mejor es que nos estamos equivocando al definir el concepto de "humanidad", del latín humanitas,  que se define como la benignidad, mansedumbre y afabilidad. ¿Afabilidad consiste en matar y disfrutar de ello? Me parece que os equivocáis, lingüistas.
Si tuviera la oportunidad de hacer algo, de parar esta locura, lo haría. Y lo estamos haciendo. Por suerte, hay personas (entre las que me incluyo) cuyo ser se estremece al oír tales noticias sobre tu humillante e injusta muerte. Cada vez es menor la proporción de personas que carecen de conciencia y están a favor de esta atrocidad. Lentamente, pero lo estamos erradicando.
Ya es cada vez menos un sueño y más una realidad.
(Dibujo tomado de Luiso García)

sábado, 9 de abril de 2016

Tú mismo, tu mayor enemigo.

Hoy vengo a hablar de un tema que padece la gran mayoría de la humanidad, que es terriblemente común, y por el que yo he pasado durante gran parte de mi adolescencia. Llevo mucho, muchísimo tiempo queriendo subir esto pero no me he sentido que fuese del todo verdad.
Ha costado, pero ya me siento libre. Todo este tiempo me he sentido atada a... ¿nada? sin sentido, sintiéndome inferior y por eso privada del derecho de hacer ciertas cosas, de ponerme cierta ropa, de no corresponderme con los cánones de belleza... En fin, puedo afirmar que me siento satisfecha de haber pasado por aquellos quebraderos de cabeza, porque lo que no te mata te hace más fuerte.
Me han servido para contrastar, aprender, y sobre todo, para evolucionar.
Realmente, nadie me decía gran cosa, alguna vez, pero la que más miedo, más pánico al ridículo, a lo social tenía era yo misma. Mi mayor enemigo era yo misma. Mi obstáculo para avanzar era yo misma. Mi problema más grande era yo misma. Pero de repente llega un momento en el que te levantas, te miras al espejo y decides cambiar. Eliminas todos esos pensamientos negativos gradualmente y decides cuidarte. Una vez leí una cita relacionada con todo esto que me encantó. Decía así: "Tu cuerpo cierra y sana tus heridas, repara y fusiona tus huesos cuando se rompen, tu cuerpo te ama. ¿No es momento de que tú lo ames a él?
Y eso es el quid de la cuestión. Tenemos la estúpida e inservible costumbre de basar nuestra felicidad en algo externo: un novio, un amigo... Pero es que el verdadero cambio está en ti mismo. ¿Cómo vas a querer tú a alguien si no te quieres? ¿Cómo va a salir eso? Una relación basada en la inseguridad, el mangoneo y la manipulación.
En mi vida he tenido muchas personas que me han hecho sentir inferior, inservible, tonta, inferior, minúscula, me han dejado de lado. Pero tengo que darles las gracias a esas personas. Gracias de verdad. Sois equivalentes a un examen de física en mi vida. Todos al final los he aprobado así que estoy contenta.
He aprendido a quererme. Ahora me río más porque me da igual las arrugas tan raras que se me hacen en los pómulos. Ha costado, vaya si ha costado, pero he aprendido a querer mis muslos grandes y celulíticos, ya puedo ir en pantalón corto y bikini y que me dé igual. He aprendido a querer mis estrías, mis clavículas que se me notan tanto, mi mechón rubio natural, mi piel blanca como la leche, mis ojos enanos, mis caderas anchas contra las que tanto he luchado por esconder o disimular, ya me compro camisas que enseñan el ombligo pero que siempre me daba miedo enseñar, me pongo más vestidos, me maquillo más.
Llena de imperfecciones, destrozos, remiendos, pero sí. Ya sé enhebrar la aguja y coserme los desgarros, ya soy fuerte, segura de mí misma. Mi cuerpo es mío, y de nadie más.Y por supuestísimo que tendré caídas por este tema, como todo el mundo, pero la mentalidad ha cambiado totalmente. El proceso de aceptación es largo, larguísimo, todavía no he terminado para nada. Sigo considerando mi cuerpo una cárcel que me priva de actuar de cierta forma que me gustaría, pero en un grado mucho menor por suerte.
Si me estás leyendo y has sufrido problemas de autoestima, te sientes inferior, recuerda que, al que más debes esforzarte por gustarle eres sólo a ti.

sábado, 12 de marzo de 2016

.

El día se hacía muy cuesta arriba. No se gustaba. Se odiaba por el simple hecho de existir, sentía que no encajaba con ninguna de los roles que el mundo le imponía. El látigo de la insensibilidad, la pasividad, el orgullo en exceso de los que le rodeaban le azotaba sin cesar y le magullaba su corazón dolorido. Le lijaban el alma, le obligaban a ser alguien que ella no quería ser, alguien perfecto, orgulloso de más, y ese perfil no encajaba con ella. No se sentía a gusto ni con ella misma.
Todas las tardes del verano las pasaba apoyada en la balaustrada observando los colores vivos de la puesta de sol, las nubes danzando caprichosamente alrededor de una pequeña esfera ardiente. Pero ya nada. Lo contemplaba y no le decía nada. Las formas azarosas que tanto le apasionaban de aquellas nubes se habían esfumado como el humo, ahora parecían de un color grisáceo apagado, y el sol no irradiaba tanta fuerza como antes. No había día que no le recordasen su mala forma de vestir, su...
"¿Qué pasa, pequeña?" 
Aquella voz era familiar, la reconocería en cualquier sitio.
"Me siento pequeña, inútil. No sirvo para vivir en este mundo".
"Eso no es del todo verdad. Mira, haz lo que te digo. Frótate con fuerza los ojos. Pero con mucha fuerza, no tengas miedo"
Ella hizo lo que aquella voz le pidió en su cabeza. Se los frotó, y en aquel vacío minúsculo que se formaba en sus ojos empezó a vislumbrar formas. Algunas fijas, otras móviles, tan caprichosas como aquellas nubes que miraba antes con tanto fervor. Parecían estrellas. Eso es, estrellas. Le palpitaban los ojos por habérselos frotado con tanta vehemencia. Intentó mirar más allá, salirse del simple marco de sus ojos para acceder al de la imaginación. Atisbó vagamente más estrellas, y más. Todas distintas, nuevas. No podía tocarlas, pero notaba cierto calor reconfortante a medida que las iba dejando de lado.
"¿Ves estrellas verdad? Son todas y cada una hermosas, brillantes y únicas, y hay muchísimas, más de las que tu vista puede alcanzar. Encierras dentro de ti un universo enorme, brillante, hermoso y único, como todas estas estrellas. Sólo tienes que dejarlo brillar".

domingo, 24 de enero de 2016

El cuaderno y yo, yo y el cuaderno.

Nunca me cansaré de reiterar la belleza de escribir. Es algo tan automático en mi mente, tan integrado, que es mi respirar, mi oxígeno. Muchos días (últimamente bastantes, estoy volviendo a una época en la que escribía mucho) me siento ofuscada, asaltada y atosigada por mi mente, y simplemente no puedo hacer otra cosa que escribir, dejarlo reflejado en el papel. Es casi doloroso no poder hacer esto que digo cuando realmente lo necesito, y un alivio cuando cojo mi lápiz, la libreta y ya está, se acabó todo. Mi mente vuela entre mundos que mi subconsciente proyecta y construye a su merced, Muevo la mano. No estoy. Bueno sí, en un bucle de historias, pan con frutos secos, guitarras eléctricas, soles infinitos, cuadros, animales y libros, y yo en el centro.
Muchas veces miro el cuaderno porque me gusta recordar qué es lo que me llevó a escribir cada cosa y ver mi evolución a lo largo de los años. Porque mi cuaderno es el que mejor me guarda los secretos y el que mejor lo sabe conservar. Recuerdo momentos en los que he empezado a escribir y me he puesto a llorar, otras a reír de felicidad. Y no, no tengo buena base literaria, no tengo un buen estilo literario, no suelo usar muchas figuras retóricas y cosas que están a la orden del día de todo escritor, incluso mis ideas están mal estructuradas, pero es algo ya tan arraigado que lo necesito en mi vida. No tengo que intentar iniciar una conversación, ni fingir ser otra persona, ni intentar esforzarme por caerle bien al cuaderno (porque es imposible, pero bueno, cada loco con su tema). Suena muy cascarrabias, pero en estos momentos de escribir me comporto como un artista que tiene que retirarse a su torre de marfil para observar callado su alrededores y escribir sobre ello. Porque el mundo es un lugar demasiado bonito y curioso como para quedarse estático y no reflexionar sobre él.