jueves, 20 de marzo de 2014

Cuando despiertes IV


A la mañana siguiente, las dos primas se levantaron al mismo tiempo, y, sin mediar palabra entre ellas, cogieron todo lo que necesitaron y huyeron sigilosamente de la casa.
Hoy hacía un día espléndido. Las hojas esmeralda de los árboles se arremolinaban sin cesar a pesar de la leve brisa que hacía. Se oía el murmullo tenue del río bajando sigilosamente por su cauce y los pájaros trinando a lo lejos. En el cielo había dos nubes solitarias que parecían algodón de azúcar y coronaban el cielo azul.
Lena miró aquel bello paisaje y por un segundo, se olvidó de todos sus problemas e inquietudes; le invadió una paz poco a poco que resultó como un bálsamo sanador para su alma.
Tenemos un largo camino por delante. ¿Por dónde vamos?- dijo Amber.
-Eh, pues- Lena se recompuso rápidamente y se centró en el asunto- El manicomio es en Toulouse, Francia. Pero estamos en plena Escocia. Deberíamos coger un autobús hasta la costa y después un barco para pasar ya directamente por Francia.
-¿Dónde está la estación de autobuses?
-Está en la ciudad. Tenemos que coger un taxi.
-Vale, pues nada. No creo que por aquí haya mucho taxi.
-Me temo que sí. Vamos a tener que andar hasta que encontremos algún coche para hacer auto-stop. Es una de las mejores alternativas que tenemos.
Amber asintió y ambas comenzaron a andar a lo largo de la carretera a ver si veían algo, o alguien, pero no se veía ningún coche.

Kevin estaba ordenando el veneno en los estantes del laboratorio. Estaba preocupado por Angela. No había vuelto desde ayer que le encargaron la misión contra ese vidente. La verdad, para qué mentir, estaba muy preocupado. 
Oyó unos ruidos detrás de él, y se giró para ver quién era.
Para su sorpresa, apareció el Maestro. Tenía su ajetreada y demacrada cara preocupada.
-Kevin, Angela no vuelve. Sólo nos faltas tú. Así que ya sabes, tienes que ir a buscarla.
-Pero señor, ¿Cómo voy a localizar a Angela?- preguntó perplejo
El Maestro fue apresuradamente a su despacho. Volvió con un aparato que se asemejaba a un mando de control remoto.
-Esto-explicó- es un localizador. Todos los pacientes internados aquí cuando se apuntan se lo colocamos. A Angela le pusimos uno cuando se internó en la hermandad. Con el localizador, podrás saber en qué punto exacto de la Tierra se encuentra cualquier persona. Ah, Y una cosa más. Te acompañará mi nieto y así no irás solo. Luke, ¿Estás ya?
-Sí, abuelo, no te preocupes- salió corriendo desde la entrada hasta el coche de Kevin jadeante. Luke vino corriendo hacia Kevin y le dio unas palmaditas amistosas en la espalda.  Llevaba un cinturón con varias dagas y cuchillos y una pistola ceñido fuertemente a su cintura.
-¿Qué pasa Kevin? ¿Listo para la aventura?
Kevin sonrió, pero vio la expresión seria del Maestro y se calló.
-Esto no es un jueguecito, Luke. Es una misión de alto riesgo de la que podríais salir malheridos o incluso muertos. Así que menos risas y más concentración.
Los dos chicos se quedaron blancos como la tiza; automáticamente se fueron los dos al coche y lo pusieron en marcha sin siquiera decir palabra.
-Qué majo tu abuelo.
-Ya se ve, supongo que será un poco realista, todo esto es muy serio, pero se ha pasado tres pueblos. Venga a ver, ¿Cómo se usa esto?
-Deja- le quitó el localizador de las piernas y miró dónde estaba Angela. 
-¿Dónde está?
-En….-hizo una pausa- San Petersburgo, Rusia.

El vidente se paseaba lentamente por la sala con sus ojos grandes y verdes como un gato entrecerrados.
-¿El antídoto ha funcionado? ¿Está ya intoxicada?
-Sí, señor. En teoría sí- Una chica bajita de unos dieciséis años que examinaba a Angela de baja estatura empezó a tomar notas en una libreta rápidamente.
-Genial, Donna. Buen trabajo. Muy buen trabajo.
El vidente se dirigió a Angela. Estaba atada inconsciente en una cama. Su pelo rubio se arremolinaba inerte alrededor suya. Tenía la boca de un color mustio y levemente abierta. Muy lentamente, se acercó a ella, y rozó sus labios con los de la chica. 
-Mi pequeña Angela- susurró- no me deberías haber retado.

martes, 18 de marzo de 2014

Cuando despiertes III


Lena no asimilaba todavía esa foto.  
-Papá… ¿Quién es esta niña?- Lena le pasó el álbum a su padre con los ojos todavía fijos en aquella fotografía. Su padre lo miró. Se quedó blanco como la tiza. Miró a Lena paralizado.
-¡Papá!- exclamó Lena- Respóndeme, por favor. ¿Quién es esta niña?
Su padre, sin mediar palabra, le cogió del brazo y la metió en casa. Miró de derecha a izquierda y cerró la puerta de la casa con pestillo. Lena, asustada, y, sobre todo, confusa se sentó esperando a que su padre dijese algo. Su padre se sentó enfrente suya con las manos temblorosas.
-Escúchame y no me interrumpas, por favor.
Lena le hizo caso, y preocupada, se prometió a sí misma que no le iba a preguntar nada hasta el final.
-Lena…-su padre tragó saliva- Esa chica… Habrás visto que es muy parecida a ti, ¿verdad? Pues esa chica es tu hermana gemela, sí. Esa foto que has visto es totalmente real. Tu madre y yo no sabíamos que íbamos a tener gemelos. Pensábamos que sólo te íbamos a tener a un sólo hijo. Entonces llegó el día en el que nacisteis vosotras dos. Tu madre murió desangrada. Fue demasiado para ella y tampoco en el parto estaban cualificados con los suficientes medios para hacerle sobrevivir. Entonces me quedé yo solo con vosotras dos. Más desamparado que nadie me quedé. Me tuve que hacer cargo de vosotras dos sobrellevando la muerte de tu madre como elemento adicional. Fuisteis creciendo, éramos felices, pero tu hermana, siempre mostró unas ganas increíbles de matar. De asesinar. Al principio era leve, empezó con lo típico, con bichos y esas cosas. Pero fue a más. Quería hasta matarse a sí misma. Me preocupé muchísimo y la llevé a un experto, y me dijo que padecía una grave enfermedad mental de esquizofrenia. Me dijo que la alejara de mí, pero yo por nada del mundo la iba a separar de su familia. La dejé en casa. Pero un día, oí un ruido extraño. Me levanté, preocupado, y entonces vi que estaba a punto de matarte. Con un cuchillo. Pero la paré. Y comprendí que acabaría matando a todos. Y no podría soportar tu pérdida ni la de nadie más en la familia. Es más, no podía consentirlo. E hice lo que tuve que hacer. La metí en un manicomio, en uno que hay en Francia, en Toulouse, lejos de nosotros, para intentar que le quitasen esa enfermad tan horrible. Estaba roto por dentro. La llevé con tres años para erradicarle cuanto antes esa enfermedad tan horrible que había convertido a mi hija en una asesina. Y prometí que nunca te contaría esto. Que te mantendría lo más alejada posible, para que no sufrieras. Te aparté de todo esto unos cuantos años, para que no recordases nada….- hizo una pausa. Le estaba costando mucho contarlo. Sus ojos se veían vidriosos- Pero Lena… quiero que comprendas por qué te aparté de eso. No quería que nadie se enterase. Es una de las cosas que más me han costado en mi vida. Y bueno, es eso… ya está.
Y terminó. Y todo el mundo que ella había estructurado en su mente se vino abajo.
 Lena estaba perpleja. No se esperaba eso para nada. Era como si hubiese estado encerrada en una burbuja durante mucho, muchísimo tiempo, y súbitamente le sacasen a patadas de ese refugio que llevaba cobijada mucho tiempo para salir al frío invierno que era la realidad.
-Papá… ¿Y cuándo esperabas para contármelo?
-Pensaba decírtelo cuando madurases más.
-¡Papá! Tengo 15 años. Creo que eso ya no es precisamente ser una niña. Y no creo que para decir a tu hija que tiene una hermana se necesite ser muy madura.
-Yo no estoy diciendo madurar en cuanto a años. La mentalidad que tienes es de una niña completamente.
Ella intentó moderarse para no gritar a su padre.
-Papá…No me has contado que tengo una hermana gemela, eso sí que es inmaduro. Ahora va a resultar que el inmaduro eres tú.
-¿Crees que yo quise meter a mi hija en un manicomio?- su padre se levantó y elevó el tono exageradamente. Se le hinchó hasta la vena de su cuello- ¿Crees que me resultó fácil? Si fueses un poco más madura podrías ponerte en la piel de los demás y no ser tan niña siempre. A veces me avergüenzo de ti, hija- dijo con fría cólera.
Lena no se esperaba esa respuesta. Miró un segundo a su padre, y dolida, muy dolida, y como si fuese una niña pequeña, subió a su habitación y se cerró con pestillo. Se tiró a la cama y agarró la almohada como si de algo le sirviese y rompió a llorar. Bajaron lágrimas llenas de rabia, incertidumbre, tristeza. Pero no gritaba de rabia, la que tenía contenida dentro por alguna razón ahí se quedó, dentro de ella. Permaneció en esa posición, agarrada a su almohada, pensando en cómo su vida había cambiado en cuestión de minutos. Pero ella lo que quería era ir a buscar a su hermana gemela. Se oyeron pasos. Como fuese su padre…No iba a soportar el no gritarle. Pero en vez de él, era su prima Amber. Ella la observó con una expresión de saberlo todo ya. Lena se abrazó a ella, y sin decir nada, apoyó su cabeza en el hombro de su prima. Y las lágrimas volvieron a salir. Estuvieron un buen rato, ahí solas y juntas, sin apartarse ninguna de la otra. Lena se sintió arropada, comprendida. Amber era una de las únicas personas con las que realmente se podía conversar. Por fin, ella retiró la rubia cabeza del hombro de Amber y vio que había dejado su suave jersey de color crema manchado de lágrimas.
-No hace falta ni que pidas perdón- le cortó ella. Con expresión preocupada, le puso una mano en su hombro.  Me lo ha contado ahora tu padre. ¿Qué tal estás?
-Mal. Estoy enfadada con mi padre. Por apartarme de mi hermana. Por meterla en un manicomio y a mí que no me diga nada. Y cosas así. La verdad, no sé cómo debería estar. No sé si el tener una hermana la cual ignoraba su existencia es bueno o malo.
-No podía hacer otra cosa, Lena. Tu padre te apartó para no hacerte daño.
-Ya, pero, ¡seguro que había otra forma de quitarle esa enfermedad mental! Siempre hay otras alternativas. Debería haberla mandado temporalmente a un psicólogo o algo…. Pero apartarme, dejarme de lado y encima creer que eso es lo mejor para todos es muy egoísta. En bueno para él, pero no para los demás.
-Te comprendo, Lena- dijo Amber- lo mejor que puedes hacer ahora es descansar. Mis padres y Peter ya se han ido y me quedo yo contigo, ¿Vale? Te hago compañía.
-Gracias, Amber- dijo Lena- Te necesito para contarte todo. Y aparte… Amber, no quiero que suene disparatado, pero quiero ir a buscar a mi hermana gemela mañana por la mañana pronto. Sé dónde está ese manicomio. Voy a buscarla y a encontrarme con ella. Ya sé que es muchísimo más fácil decirlo que hacerlo, pero te puedo asegurar que soy demasiado perseverante para perderme esta oportunidad de conocerme a mí misma.
Amber se la quedó mirando unos segundos, pensativa.
-Vale- asintió- Si quieres, voy contigo.
-Claro que quiero que vengas. Cógete un poco de mi ropa para el viaje de mañana.
Amber cogió una mochila para meter toda la ropa y comida, y sobre todo, dinero para poder viajar en condiciones.
-¿A qué hora nos levantamos mañana?- preguntó Amber con el pijama ya puesto.
-A las seis de la mañana. Mi padre no tiene que trabajar por lo que se despertará a las doce más o menos. O al menos a esa hora se levanta.
Se dieron las buenas noches y cada prima se fue a dormir a sus respectivas camas.
Lena tenía la mente inquieta esa noche. Demasiada información que procesar. ¿Cómo se llamaría su hermana gemela? Ni siquiera su padre se había dignado a decirle el nombre de su hermana.
-Amber- susurró Lena- ¿sabes tú acaso cómo se llama mi gemela?
-¿No te lo ha dicho tu padre?- dijo sorprendida.
Lena se quedó pensando decepcionada.
-No. Mi padre es así- repuso.
-Pues…. Se llamaba Angela.
-Angela… Angela, Angela. La verdad, me gusta ese nombre. Me pregunto cómo será. Aunque sea una asesina, quiero hablar con ella a ver si se acuerda de algo.
-No lo sé si se acordará de mucho… Pero bueno, Lena, es mejor que no le des tantas vueltas al asunto. Mañana ya hablamos. Es tarde.
Lena se acurrucó en un extremo de su cama con una sensación de incertidumbre por lo que se vaya a encontrar en el manicomio. Decidió no pensar demasiado en ello. Con los párpados cayéndose como losas empujadas por el sueño, se durmió entre sueños agitados y poco sosegados.

lunes, 17 de marzo de 2014

Cuando despiertes II


La mañana era clara, resplandeciente y serena. Se oía el trino de unos pájaros cuyo nombre ella desconocía, y la verdad, siempre lo iba a hacer.
Se acercó a las hermosas azaleas y geranios del jardín y rozó sus delgados y ásperos pétalos con las yemas de los dedos con delicadeza. Ese día parecía que todo su jardín se hubiese puesto de acuerdo en establecer una armonía y equilibrio que cubría todo el lugar. La hierba se mecía de un lado hacia el otro repetidamente con la brisa, haciéndole cosquillas en sus desnudos pies.
Cerró los ojos, y esbozando una sonrisa, recordó que por fin ya era verano.
La verdad, ese era el único día que tenía de descanso. Sus flores, la hierba y ella. Oyó la voz de su padre rasgar el apacible y sosegado silencio en el que permanecía embotellada para que volviese al trabajo.
Fue a calzarse y corrió para no hacer esperar a su padre.
Se pasaba las tardes después del colegio ayudando a su padre a cortar leña, en especial hoy  para hacer una hoguera. Hoy era el solsticio de verano y venía toda su familia a asar nubes a la hoguera. Su padre siempre había dicho que las hogueras eran una oportunidad de reunión magnífica para contarse anécdotas recientes, o simples acontecimientos destacables. 
La verdad, a ella no le entusiasmaba especialmente esta fiesta, lo veía como una simple  festividad más en las que la gente se atiborraba a dulces y a comida sin remordimientos mientras se “contaban” (porque lo único que se hacía era comer nubes) esos eventos destacables de los que hablaba su padre.
Para qué mentir, realmente a ella le gustaba el día de cambio de estación porque veía a Amber, su prima.
Se sentó en una silla y se sumió en otro de los muchos silencios pensativos que tenía al día.
Su mente últimamente estaba muy confusa, porque ella siempre había soñado ser médico. Había veces que se iba a la biblioteca del pueblo sola a leer libros de medicina, y se pasaba las tardes allí, solitaria, entre libros viejos y papeles llenos de letras impresas. Algunos libros sería considerable cambiarlos, porque de tanto tiempo que llevaban ahí, siendo leídos por transeúntes ávidos de conocimientos nuevos, de tanto pasar y pasar de página, estaban muy desgastados.
Pero como decía su difunto abuelo: “Los libros son como los humanos; nuestra cubierta y páginas se corroen por el paso del tiempo, pero la información, nuestra esencia, es inmortal”.
La verdad, ella pensaba que el sanar a las personas era una de las únicas cosas que le apasionaban en su monótona y uniforme vida. Bueno, y sus flores, claro está. Pero luego quedaba su padre. Resultaba que él era el encargado de una pequeña y antiquísima tienda mantenida por sus generaciones anteriores que se encargaba de abastecimiento de leña, y no tenía empleados contratados actualmente. El trabajo era costoso, a veces había habido algunos empleados temporales que rápidamente desistieron debido al doloroso trabajo que suponía transportar esos leños pesados.
 Y claro, no podía dejarle solo. Ella era hija única y no había nadie que conociese con quien se pudiese quedar con él. Por lo tanto, ella se tenía que quedar con su padre o si no el negocio familiar se iba a pique. No estaba obligada, pero era lo que tenía que hacer. De una manera u otra se hallaba determinada por su padre. Y la verdad, le daba mucha pena. Pero la familia es lo primero. O al menos, eso le habían enseñado desde bien pequeña.
 Lena, exhausta,  dejó caer los troncos cortados que cargaba al suelo y fue corriendo a abrir la puerta, que acababa de sonar.
Aparecieron primero su primo pequeño Peter, su tía Hortensia, su tío Steve y por último su prima Amber. Saludó a todos y reservó un último y gran abrazo para ella. Su pelo negro y largo iba recogido en una trenza que caía por su espalda. La estrujó entre sus brazos. La echaba de menos. Muchísimo.
-Eh, que me matas-dijo con su tono peculiar después de abrazarla- ¿Qué tal estás?
-Genial, ya estás aquí. Quería verte- dijo ilusionada.
-Yo también me moría de ganas por verte- se abrazaron muy fuertemente. Se sentaron las dos en unas sillas y conversaron alegremente.
Hablaron de absolutamente todo: de sus angustias, de sus amores, de sus miedos, de sus alegrías, y todo en unos cinco minutos que duró la apresurada conversación entre ellas.
-¡A cenar, niñas!- gritó la tía Hortensia en la cocina.
Las dos primas corrieron para coger sitio y para sentarse una al lado de otra. Se empujaron para intentar hacer caer una a la otra del banco de la cocina entre risas y carcajadas.
Lena era muy feliz con su prima, era como si rejuveneciese, como si la niña que residía en su interior aflorase y volviese a ser tan feliz como antaño.
Había estofado de verduras de comer, una de las especialidades de la tía Hortensia. Los presentes en la mesa se pusieron a hablar animadamente mientras cenaban. La cena transcurrió normal y divertida, sin silencios incómodos y con muchas risas. Terminaron de cenar y rápidamente se sentaron en los troncos que con tanto esfuerzo y esmero habían cortado Lena y su padre para la ocasión. Pronto llegaron todos los familiares al rincón de la fogata, y su primo Peter vino cargado con varios álbumes. Eran tantos que el pobre niño, al ser tan pequeñito, casi no se le veían los ojos.
-Tío, he encontrado esto ¿Podemos verlos? Por favor, tío, ¡Di que sí!- dejó la montaña de álbumes al lado suya y se arrodilló rogando al padre de Lena con cara de corderito degollado.
Lena soltó una risita. La verdad que su primo era francamente divertido y teatral. Dramatizaba cualquier escena llevándola al humor.
-Claro que sí, Peter. Venga, por ser el que los ha encontrado, ve repartiendo uno a cada uno, que hay justos
Lena abrió el suyo con cierta curiosidad. Nunca había sabido sobre la existencia de estos álbumes. En la primera página se veía una foto de su padre besando a la mejilla a su madre sonriente.
Ella sonrió amargamente.  Su madre se murió en su parto. No pudo conocerla. Pero por lo que veía en la foto, seguro que era una mujer muy fuerte. Le encantaría haberla conocido. Verla, aunque fuese una vez. Contarle todas las cosas que le rondaban por su cabeza, solamente por tener alguien con quien hablar. 
Decidió apartar esos pensamientos de su mente. Dirigió su vista a la otra foto que se encontraba justo al lado de la otra.
Se quedó muerta. Su mundo colorido se fragmentó en pedazos al posar sus ojos en aquella foto. Salía Lena, con aproximadamente 3 años, abrazada a una niña idéntica a ella. El mismo peinado, la misma cara, el mismo vestido…  Como una gemela

jueves, 13 de marzo de 2014

Cuando despiertes I


La luz se entrecruzó por los barrotes del minúsculo ventanuco mezclado con la brisa matinal. Angela miró cómo bailoteaban con parsimonia las partículas de polvo alrededor suya. Parecían parejas que al son del mudo ritmo del aire danzasen armoniosamente hasta caer al suelo y que al cabo de cierto tiempo otra brisa las levantase de su letargo para que volviesen a su ciclo. Las observó curiosamente. Siempre había querido estudiar los misterios de la naturaleza. Pero, como las bailarinas motas de polvo, no podría nunca hacer lo que quisiese pues su destino estaba fijado antes de que ella naciera.
Pero, ¿Y si había alguna forma de escapar de la jaula en la que estaba apresada?
No, no se iba a ilusionar. No podía. Llevaba toda la vida haciendo su cometido. No sabía hacer otra cosa.
 Matar.
Matar era su forma de vivir. Matar para ella era una forma de desahogarse. A veces se miraba a sí misma y se repugnaba de su reflejo, de lo que ella hacía día a día de forma rutinaria, pero era su cometido. De vez en cuando se sentía como un autómata. Le ordenaban matar y ella lo hacía. Pero eso era lo que le habían enseñado y mostrado a lo largo de su existencia. Al menos ella ya tenía programada su vida. Eso le provocaba relajación y esperanza en el futuro. Y una cierta felicidad, para qué mentir. Ya tenía todo más que programado. Matar, matar y matar. Y comer y dormir, por supuesto.
Pero últimamente notaba que en su mente ocurría algo distinto. Un pensamiento había frecuentado últimamente su mente. Que no estaba del todo segura si ese iba a ser su proyecto de futuro ideal. Aquí siempre le han tratado bien. Pero había una pieza de su puzzle perfecto que no encajaba. Sentía como si necesitase.... ¿Un cambio de aires? ¿O quizás un simple enfoque diferente de su vida? ¿Pero cómo podría llegar a ese propósito tan lejano a sus posibilidades?
Un repiqueteo en la dura puerta de madera de metal de su habitación le abstrajo de los filosóficos debates que tenía consigo misma.
-Pase-dijo.
Por la puerta apareció un soldado, parecía que tenía un mensaje para ella.
-El Maestro desea verle, dice que tiene una nueva misión.
-Ya voy-salió por la puerta antes que el guardia y se dirigió a la oficina del Maestro. Supuestamente tendría que quedarse un poco sorprendida, ya que hacía meses que el Maestro no le había encomendado una nueva misión. El Maestro era un hombre peculiar, nunca salía de su despacho, y siempre, no importaba el día o la hora, estaba ocupado.
-Angela, buenos días.
-Buenos días, mi señor-hizo una educada reverencia.
-A ver, Angela…-revisó entre una montaña de papeles que descansaban sobre su mesa gigante-hoy tienes la misión de… ya sabes... el vidente que mató a mi hijo hace dos semanas ya ha dado señales de vida- hizo una pausa y tragó saliva. Hubo un incómodo silencio en el que la tensión era palpable- El veneno que usarás hoy será el más fuerte, el de la viuda negra, para que aprenda. No tengas piedad- explicó el Maestro.
-Como usted desee, mi señor-Angela tenía una expresión indescifrable. Se despidió con otra educada reverencia y se fue a su habitación. Más tarde, fue al laboratorio donde ya habrían preparado para ella el veneno de la viuda negra. Por el mostrador apareció Kevin, un chico de ojos castaños y pelo moreno que preparaba el veneno.
-Kevin, tengo un pedido de un veneno de viuda negra para una misión.
Kevin fue hacia una estantería en la que guardaba cada uno de los pedidos de veneno.
-Aquí tienes-le tendió en la mano de Angela un frasco con un líquido negro y espeso.
Le dio las gracias a Kevin y se fue rápidamente sin mediar palabra.
Se hizo de noche. Angela estaba en un tejado de una casa próxima a su víctima. Sus ojos escrutaron la noche detalle a detalle, para no perderse nada, ni un solo movimiento de lo que ocurría en la casa del vidente, cerca de donde ella estaba. Se distinguían unas sombras por la ventana; no estaba solo. Angela cerró el puño con rabia. Tendría que esperarse. Tocó con las yemas de los dedos suavemente el pequeño frasco de veneno de viuda negra que se encontraba en su cinturón fuertemente atado y protegido para que no se cayera. Rozó su superficie redondeada e imaginó con placentera satisfacción cómo acabaría el vidente muriendo de una vez por todas bajo sus pies.
Estuvo nerviosa esperando a que esa persona se fuese, si no, tendría que entrar y matarla a ella también. Por suerte, vio a una chica de estatura baja saliendo rápidamente de la casa. La chica cogió un taxi y se fue calle abajo. Angela no perdió ni un segundo; se deslizó rápidamente por la tubería por la que antes había trepado para ascender al tejado y vio que la ventana estaba abierta. Con un rápido movimiento ya estaba dentro de la casa del vidente.
Era una vivienda bastante desordenada, por lo que parecía. Había unos posters de grupos de música rock. El suelo estaba terriblemente sucio y manchado. Oyó pasos hacia la habitación donde ella estaba. Se escondió detrás de la puerta.
Era el vidente. Ella, preparándose, colocó el veneno en su pistola. Oyó vagamente cómo el vidente iba a cambiarse de ropa para irse a dormir. O al menos eso parecía. Una cosa tenía clara, no iba a mirar si estaba poniéndose otra ropa o no.
Cesó el ruido. Esperó agazapada y alerta por si cerraba la puerta y tenía que salir de repente. Escuchó cómo el vidente le tocaba el interruptor de la luz. Angela miró por la angosta rejilla que le quedaba entre la puerta y la pared que era noche cerrada y que en la habitación no se atisbaba ninguna silueta. Oyó ronquidos. Estaba ya dormido. Angela fue abriendo la puerta lentamente para salir de su escondite. Se pegó al suelo y fue reptando silenciosamente. Llegó a la cama y siguió un poco a la derecha para ponerse enfrente del cuerpo del vidente. Se incorporó lentamente y con la mayor lentitud posible, fue bajando la pistola hacia su cuello.
Parecía que todo iba a ir muy bien. Pero resultó que las cosas no resultaron como ella esperaba.
Todo pasó muy rápido. El vidente cogió con su brazo la muñeca de la chica, inmovilizándola. El vidente giró el cuerpo rápidamente. Angela logró zafarse de su mano y rápidamente intentó inyectarle el veneno, pero el vidente era muy rápido. Velozmente clavó sus ojos penetrantes llenos de oscuridad en Angela. Sintió cómo su mirada la paralizó e hizo que se hundiese en un pozo lleno de negrura.
-Eres muy lenta, preciosa.
Lo último que notó fue cómo se inyectaba en su cuello un líquido negro, mortífero y muy, muy venenoso.