La luz se entrecruzó por
los barrotes del minúsculo ventanuco mezclado con la brisa matinal. Angela miró
cómo bailoteaban con parsimonia las partículas de polvo alrededor suya.
Parecían parejas que al son del mudo ritmo del aire danzasen armoniosamente
hasta caer al suelo y que al cabo de cierto tiempo otra brisa las levantase de su letargo para que
volviesen a su ciclo. Las observó curiosamente. Siempre había querido estudiar
los misterios de la naturaleza. Pero, como las bailarinas motas de polvo, no
podría nunca hacer lo que quisiese pues su destino estaba fijado antes de que
ella naciera.
Pero, ¿Y si había alguna
forma de escapar de la jaula en la que estaba apresada?
No, no se iba a ilusionar.
No podía. Llevaba toda la vida haciendo su cometido. No sabía hacer otra cosa.
Matar.
Matar era su forma de
vivir. Matar para ella era una forma de desahogarse. A veces se miraba a sí
misma y se repugnaba de su reflejo, de lo que ella hacía día a día de forma rutinaria, pero era su cometido. De vez en cuando se
sentía como un autómata. Le ordenaban matar y ella lo hacía. Pero eso era lo
que le habían enseñado y mostrado a lo largo de su existencia. Al menos ella ya
tenía programada su vida. Eso le provocaba relajación y esperanza en el futuro.
Y una cierta felicidad, para qué mentir. Ya tenía todo más que programado.
Matar, matar y matar. Y comer y dormir, por supuesto.
Pero últimamente notaba que
en su mente ocurría algo distinto. Un pensamiento había frecuentado últimamente
su mente. Que no estaba del todo segura si ese iba a ser su proyecto de futuro ideal. Aquí siempre le han tratado bien. Pero había una pieza de su puzzle perfecto que no encajaba. Sentía como si necesitase.... ¿Un cambio de aires? ¿O quizás un simple enfoque diferente de su vida? ¿Pero cómo podría
llegar a ese propósito tan lejano a sus posibilidades?
Un repiqueteo en la dura
puerta de madera de metal de su habitación le abstrajo de los filosóficos
debates que tenía consigo misma.
-Pase-dijo.
Por la puerta apareció un
soldado, parecía que tenía un mensaje para ella.
-El Maestro desea verle,
dice que tiene una nueva misión.
-Ya voy-salió por la puerta
antes que el guardia y se dirigió a la oficina del Maestro. Supuestamente
tendría que quedarse un poco sorprendida, ya que hacía meses que el Maestro no
le había encomendado una nueva misión. El Maestro era un hombre peculiar, nunca
salía de su despacho, y siempre, no importaba el día o la hora, estaba ocupado.
-Angela, buenos días.
-Buenos días, mi señor-hizo
una educada reverencia.
-A ver, Angela…-revisó
entre una montaña de papeles que descansaban sobre su mesa gigante-hoy tienes
la misión de… ya sabes... el vidente que mató a mi hijo hace dos semanas ya ha
dado señales de vida- hizo una pausa y tragó saliva. Hubo un incómodo silencio
en el que la tensión era palpable- El veneno que usarás hoy será el más fuerte,
el de la viuda negra, para que aprenda. No tengas piedad- explicó el Maestro.
-Como usted desee, mi
señor-Angela tenía una expresión indescifrable. Se despidió con otra educada
reverencia y se fue a su habitación. Más tarde, fue al laboratorio donde ya habrían
preparado para ella el veneno de la viuda negra. Por el mostrador apareció
Kevin, un chico de ojos castaños y pelo moreno que preparaba el veneno.
-Kevin, tengo un pedido de
un veneno de viuda negra para una misión.
Kevin fue hacia una
estantería en la que guardaba cada uno de los pedidos de veneno.
-Aquí tienes-le tendió en
la mano de Angela un frasco con un líquido negro y espeso.
Le dio las gracias a Kevin
y se fue rápidamente sin mediar palabra.
Se hizo de noche. Angela
estaba en un tejado de una casa próxima a su víctima. Sus ojos escrutaron la
noche detalle a detalle, para no perderse nada, ni un solo movimiento de lo que
ocurría en la casa del vidente, cerca de donde ella estaba. Se distinguían unas
sombras por la ventana; no estaba solo. Angela cerró el puño con rabia. Tendría
que esperarse. Tocó con las yemas de los
dedos suavemente el pequeño frasco de veneno de viuda negra que se encontraba
en su cinturón fuertemente atado y protegido para que no se cayera. Rozó su
superficie redondeada e imaginó con placentera satisfacción cómo acabaría el vidente
muriendo de una vez por todas bajo sus pies.
Estuvo nerviosa esperando a
que esa persona se fuese, si no, tendría que entrar y matarla a ella también.
Por suerte, vio a una chica de estatura baja saliendo rápidamente de la casa.
La chica cogió un taxi y se fue calle abajo. Angela no perdió ni un segundo; se
deslizó rápidamente por la tubería por la que antes había trepado para ascender
al tejado y vio que la ventana estaba abierta. Con un rápido movimiento ya
estaba dentro de la casa del vidente.
Era una vivienda bastante
desordenada, por lo que parecía. Había unos posters de grupos de música rock.
El suelo estaba terriblemente sucio y manchado. Oyó pasos hacia la habitación
donde ella estaba. Se escondió detrás de la puerta.
Era el vidente. Ella, preparándose,
colocó el veneno en su pistola. Oyó vagamente cómo el vidente iba a cambiarse
de ropa para irse a dormir. O al menos eso parecía. Una cosa tenía clara, no
iba a mirar si estaba poniéndose otra ropa o no.
Cesó el ruido. Esperó
agazapada y alerta por si cerraba la puerta y tenía que salir de repente. Escuchó
cómo el vidente le tocaba el interruptor de la luz. Angela miró por la angosta
rejilla que le quedaba entre la puerta y la pared que era noche cerrada y que
en la habitación no se atisbaba ninguna silueta. Oyó ronquidos. Estaba ya
dormido. Angela fue abriendo la puerta lentamente para salir de su escondite.
Se pegó al suelo y fue reptando silenciosamente. Llegó a la cama y siguió un
poco a la derecha para ponerse enfrente del cuerpo del vidente. Se incorporó
lentamente y con la mayor lentitud posible, fue bajando la pistola hacia su
cuello.
Parecía que todo iba a ir
muy bien. Pero resultó que las cosas no resultaron como ella esperaba.
Todo pasó muy rápido. El
vidente cogió con su brazo la muñeca de la chica, inmovilizándola. El vidente
giró el cuerpo rápidamente. Angela logró zafarse de su mano y rápidamente
intentó inyectarle el veneno, pero el vidente era muy rápido. Velozmente clavó
sus ojos penetrantes llenos de oscuridad en Angela. Sintió cómo su mirada la
paralizó e hizo que se hundiese en un pozo lleno de negrura.
-Eres muy lenta, preciosa.
Lo último que notó fue cómo se inyectaba en su cuello un
líquido negro, mortífero y muy, muy venenoso.
Guau. Buenísimo.
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