jueves, 13 de marzo de 2014

Cuando despiertes I


La luz se entrecruzó por los barrotes del minúsculo ventanuco mezclado con la brisa matinal. Angela miró cómo bailoteaban con parsimonia las partículas de polvo alrededor suya. Parecían parejas que al son del mudo ritmo del aire danzasen armoniosamente hasta caer al suelo y que al cabo de cierto tiempo otra brisa las levantase de su letargo para que volviesen a su ciclo. Las observó curiosamente. Siempre había querido estudiar los misterios de la naturaleza. Pero, como las bailarinas motas de polvo, no podría nunca hacer lo que quisiese pues su destino estaba fijado antes de que ella naciera.
Pero, ¿Y si había alguna forma de escapar de la jaula en la que estaba apresada?
No, no se iba a ilusionar. No podía. Llevaba toda la vida haciendo su cometido. No sabía hacer otra cosa.
 Matar.
Matar era su forma de vivir. Matar para ella era una forma de desahogarse. A veces se miraba a sí misma y se repugnaba de su reflejo, de lo que ella hacía día a día de forma rutinaria, pero era su cometido. De vez en cuando se sentía como un autómata. Le ordenaban matar y ella lo hacía. Pero eso era lo que le habían enseñado y mostrado a lo largo de su existencia. Al menos ella ya tenía programada su vida. Eso le provocaba relajación y esperanza en el futuro. Y una cierta felicidad, para qué mentir. Ya tenía todo más que programado. Matar, matar y matar. Y comer y dormir, por supuesto.
Pero últimamente notaba que en su mente ocurría algo distinto. Un pensamiento había frecuentado últimamente su mente. Que no estaba del todo segura si ese iba a ser su proyecto de futuro ideal. Aquí siempre le han tratado bien. Pero había una pieza de su puzzle perfecto que no encajaba. Sentía como si necesitase.... ¿Un cambio de aires? ¿O quizás un simple enfoque diferente de su vida? ¿Pero cómo podría llegar a ese propósito tan lejano a sus posibilidades?
Un repiqueteo en la dura puerta de madera de metal de su habitación le abstrajo de los filosóficos debates que tenía consigo misma.
-Pase-dijo.
Por la puerta apareció un soldado, parecía que tenía un mensaje para ella.
-El Maestro desea verle, dice que tiene una nueva misión.
-Ya voy-salió por la puerta antes que el guardia y se dirigió a la oficina del Maestro. Supuestamente tendría que quedarse un poco sorprendida, ya que hacía meses que el Maestro no le había encomendado una nueva misión. El Maestro era un hombre peculiar, nunca salía de su despacho, y siempre, no importaba el día o la hora, estaba ocupado.
-Angela, buenos días.
-Buenos días, mi señor-hizo una educada reverencia.
-A ver, Angela…-revisó entre una montaña de papeles que descansaban sobre su mesa gigante-hoy tienes la misión de… ya sabes... el vidente que mató a mi hijo hace dos semanas ya ha dado señales de vida- hizo una pausa y tragó saliva. Hubo un incómodo silencio en el que la tensión era palpable- El veneno que usarás hoy será el más fuerte, el de la viuda negra, para que aprenda. No tengas piedad- explicó el Maestro.
-Como usted desee, mi señor-Angela tenía una expresión indescifrable. Se despidió con otra educada reverencia y se fue a su habitación. Más tarde, fue al laboratorio donde ya habrían preparado para ella el veneno de la viuda negra. Por el mostrador apareció Kevin, un chico de ojos castaños y pelo moreno que preparaba el veneno.
-Kevin, tengo un pedido de un veneno de viuda negra para una misión.
Kevin fue hacia una estantería en la que guardaba cada uno de los pedidos de veneno.
-Aquí tienes-le tendió en la mano de Angela un frasco con un líquido negro y espeso.
Le dio las gracias a Kevin y se fue rápidamente sin mediar palabra.
Se hizo de noche. Angela estaba en un tejado de una casa próxima a su víctima. Sus ojos escrutaron la noche detalle a detalle, para no perderse nada, ni un solo movimiento de lo que ocurría en la casa del vidente, cerca de donde ella estaba. Se distinguían unas sombras por la ventana; no estaba solo. Angela cerró el puño con rabia. Tendría que esperarse. Tocó con las yemas de los dedos suavemente el pequeño frasco de veneno de viuda negra que se encontraba en su cinturón fuertemente atado y protegido para que no se cayera. Rozó su superficie redondeada e imaginó con placentera satisfacción cómo acabaría el vidente muriendo de una vez por todas bajo sus pies.
Estuvo nerviosa esperando a que esa persona se fuese, si no, tendría que entrar y matarla a ella también. Por suerte, vio a una chica de estatura baja saliendo rápidamente de la casa. La chica cogió un taxi y se fue calle abajo. Angela no perdió ni un segundo; se deslizó rápidamente por la tubería por la que antes había trepado para ascender al tejado y vio que la ventana estaba abierta. Con un rápido movimiento ya estaba dentro de la casa del vidente.
Era una vivienda bastante desordenada, por lo que parecía. Había unos posters de grupos de música rock. El suelo estaba terriblemente sucio y manchado. Oyó pasos hacia la habitación donde ella estaba. Se escondió detrás de la puerta.
Era el vidente. Ella, preparándose, colocó el veneno en su pistola. Oyó vagamente cómo el vidente iba a cambiarse de ropa para irse a dormir. O al menos eso parecía. Una cosa tenía clara, no iba a mirar si estaba poniéndose otra ropa o no.
Cesó el ruido. Esperó agazapada y alerta por si cerraba la puerta y tenía que salir de repente. Escuchó cómo el vidente le tocaba el interruptor de la luz. Angela miró por la angosta rejilla que le quedaba entre la puerta y la pared que era noche cerrada y que en la habitación no se atisbaba ninguna silueta. Oyó ronquidos. Estaba ya dormido. Angela fue abriendo la puerta lentamente para salir de su escondite. Se pegó al suelo y fue reptando silenciosamente. Llegó a la cama y siguió un poco a la derecha para ponerse enfrente del cuerpo del vidente. Se incorporó lentamente y con la mayor lentitud posible, fue bajando la pistola hacia su cuello.
Parecía que todo iba a ir muy bien. Pero resultó que las cosas no resultaron como ella esperaba.
Todo pasó muy rápido. El vidente cogió con su brazo la muñeca de la chica, inmovilizándola. El vidente giró el cuerpo rápidamente. Angela logró zafarse de su mano y rápidamente intentó inyectarle el veneno, pero el vidente era muy rápido. Velozmente clavó sus ojos penetrantes llenos de oscuridad en Angela. Sintió cómo su mirada la paralizó e hizo que se hundiese en un pozo lleno de negrura.
-Eres muy lenta, preciosa.
Lo último que notó fue cómo se inyectaba en su cuello un líquido negro, mortífero y muy, muy venenoso.

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