domingo, 15 de junio de 2014

Sin título

No sé qué escribir. No lo sé, francamente. Lo más normal es que me apoyo en la balaustrada, miro el paisaje, el cielo, los pájaros, la gente pasar, y dejo que las ideas me fluyan, me llenen el alma, me sanen por dentro. Que discurran como un río armonioso lleno de colores y sensaciones tan bien conectadas unas con otras, tan bella combinación forman que hacen estremecerme, hacen que sienta muchas sensaciones por ideas y  que ni siquiera son reales o que ni que nunca o casi nunca me ocurrirán.
Y llega el momento de plasmarlo. Y mis dedos corren, a contrarreloj, antes de que esas ocurrencias repentinas no se me desvanezcan de mi mente.
Y logro al fin terminarlo. Probablemente me parezca media hora más tarde un relato horrible y despreciable, pero en estos momentos a mis ojos me parece la composición más armoniosa que he escrito jamás.

Pero últimamente esas cosas no pasan... Ahora veo las cosas de una forma distinta, no llego a ese punto de armonía. Supongo que es el estrés. O eso es la excusa universal para todo que las personas suelen poner.


martes, 3 de junio de 2014

Realidad sumida en lo irreal

Estaba caminando por la orilla de la playa, las olas se arremolinaban como chorros de plata resplandeciente. Acerqué mis pies descalzos a la zona del suelo donde acababan las olas. Fue una leve caricia, que al cerrar los ojos me hacía evadirme y sentirme bien. A veces pienso que debí haber nacido sirena, o con branquias.
Esbocé una sonrisa, riéndome  de mí misma. Qué tonta podía llegar a ser.
Con todas estas ideas rondándome la cabeza, me alejé de la costa, y con un gesto desenrollé la esterilla. Me tumbé, los pies se salieron de ella. Me puse de lado, y me recogí a mi misma.
Los párpados, pesados como losas, cayeron con fuerza, y el murmullo de el romper del agua me acompañaron.

Cerré el libro. Miré confusa a la portada. Qué curioso. Pensaba durante un momento haber sido esa chica, al lado la línea de costa, con las aguas ondeando en frente suya. Pero no. Seguía en el porche de casa, en la mecedora de madera de la abuela, con el libro en la mano.
Hubo un momento en el que todo pareció diluirse ante mis ojos. Me sentía etérea,  con todo dándome vueltas en la cabeza.

¿Qué era realidad y qué era sólo lectura?