viernes, 3 de octubre de 2014

La lluvia


El sonido de las gotas repiquetear contra el suelo mojado se repetía una y otra vez en mi cabeza. Tic, tic, tic. La noche era fresca, la brisa corría suavemente y la noche era clara. Tic, tic, tic. No paraba.
Estar ahí era un auténtico espectáculo. Desde la parada de autobús, se veían las luces cosmopolitas de la gran ciudad que se hallaba unos cuantos kilómetros más lejos de nosotros tintineando vivamente. También se oían las últimas gotas de lluvia que nada tenían que ver con la tromba de agua que atronó la carretera hace relativamente poco, unos cuantos minutos.
Noté tu brazo rodeándome, caliente en contacto con mi fría piel. Cerré los ojos para pensar, pensar en qué hacer para no dormirme a tu lado. Estaba tan a gusto. El sonido de la lluvia era  como si fuese una nana cantada rítmicamente, que relajaba a cualquiera que lo estuviese oyendo. Coloqué mi cabeza en la cálida y cómoda unión de tu cuello y tu hombro. Me sentía segura a tu lado. Como protegida de cualquier problema o mal en el mundo simplemente apoyándome en ti.

Suelen decir que el paraíso es un lugar, un lugar perfecto; la verdad, yo no lo creo así, creo firmemente que el paraíso de alguien puede ser también una persona. También que el paraíso era donde Adán y Eva estaban refugiados en un entorno perfecto, libre de preocupaciones, sin ningún mal. Pero creo que también se puede ser acogido, refugiado, en una persona. Alguien puede ser el ambiente perfecto para otra persona, su razón de ser, de pensar, de vivir. La causa de la disipación de todos los problemas. La capacidad de mover la mar y la tierra con tal de encontrar ese equilibrio.
Y ¿sabes? Me perdería infinitamente contigo con tal de volver a pasar momentos tan perfectos como éste. Porque un paraíso así no es fácil de encontrar.
Tic, tic, tic.
Entre la lluvia, tu calidez, y tu mano acariciándome la mejilla acabo cerrando los párpados, con una sonrisa deslumbrante en la cara.

Es inevitable, supongo.