jueves, 19 de enero de 2017

La magnolia

Hoy vengo a contar una historia. Una ordinaria, que trata sobre una historia mediocre, pero que para mí siempre cabrá en lo más profundo de mi alma. Hoy vengo a hablar de su historia.
Mi madre se llama Zamara. Ella me contaba siempre con gracia mientras me trenzaba el pelo cómo conoció a mi padre en Triana canturreando por la ventana de su casa bulerías. Un instante, un segundo, y su vida cambió. Y ya nada fue igual.
Según me contó, ella vivía en condiciones deplorables y cuando se casaron mi padre compró una pequeña y pintoresca casa en Cazalla de la Sierra, un pueblo pequeño, para empezar una eterna y renovada vida juntos. Y como prueba una vez más de su amor, sellaron su compromiso plantando una magnolia, un árbol que todavía luce en el jardín.
Primero me tuvieron a mí, diez años antes que mi hermana. Ambas tenemos el pelo asalvajado y caoba de mi madre. Yo heredé los ojos color café de mi padre y mi hermana el glacial verde de mi madre. En general, vivíamos en armonía, cada uno contento con lo que tenía, y sin molestar a cualquiera ajeno al núcleo familiar. Recuerdo que un día traje una lenteja entre algodones preparada para que de esa cáscara marrón y fea emergiese un bonito y rizado brote verde de clase. Pasaron los días, y alguna que otra semana y seguía igual, y de las de todos mis compañeros había surgido un lustroso ramillete preparado para ser trasplantado a una maceta . Creo que no pillé berrinche más grande en mi vida cuando me contaron aquello. Mi madre, en cuanto me vio, me acunó y me meció hasta sosegar mi enfado. Su corazón se movía acompasadamente con el mío, y el espacio entre sus brazos ofrecía un ambiente acogedor, una lluvia frenética en aquel baldío que era mi pesar.
- Tesoro - me susurró al oído- no lo has regado, así no puede salir.
Y lentamente, fue al grifo y llenó un vaso de agua y me lo tendió con una sonrisa.
- Vamos, ya verás cómo crece.
Lentamente, lo eché, con esmero, observando cómo los algodones absorbían el agua como esponjas y se llenaban rodeando a la lenteja, como formando un almohadón.
 Y vaya si creció. En tres días estaba saliendo ya un brote verde, fuerte y sano. Corriendo, fui a enseñárselo a mi madre. Ella sonrió y me apartó el pelo de la oreja con cariño.
- ¿Has visto, lentejita? Ha crecido. Porque de eso va la vida. De rebrotar, emerger, creer... y sobre todo, de amar hasta la última gotita que eches a tu árbol.
Yo en ese momento no lo entendí, así que simplemente sonreí y fui a enseñarle a mi padre la planta.
Éramos de felices, sí. Pero todo tiene que torcerse en algún momento. Tenía ocho años cuando  mi madre enfermó. Ella, sus rasgos de gitana, y su pelo rizado no se inmutaron. Su cara con el paso del tiempo fue languideciendo, blanqueándose como las casas del pueblo cuando las pintaban. Y su melena rizada fue desapareciendo, mechón a mechón, pelo por pelo. Ella siempre bromeaba con que tenía que cambiar de peluquero puesto que nada era comparable con la faena que le había hecho.
Y así pasaban los días, entre toses, alopecias, visitas al médico, y lentejas. Pero un rayito de sol apareció entre tanta negrura, una huella de ángel. Mi madre descubrió que estaba embarazada de dos meses. Y entonces, algo cambió en su rostro y aquello le hizo vivir y no ir tirando como entonces, como decía ella: "he nacido tres veces: una por mí y otra por cada hija". Sonreía, cantaba bulerías, e incluso decidió coger un pequeño perro bodeguero que se encontró por las calles angostas del pueblo,  le llamó Florentino. Aquel perro era el alma de la casa,  cuando mi madre le cantaba se sentaba y le miraba expectante, con sus redondos ojos abiertos de par en par. Parecía que la casa volvía a estar respirando vida y exhalando la tensión que se palpaba los últimos meses.
Por fin, tras varios meses y meses de espera, mi madre "renació" por segunda vez y tuvo a mi hermana pequeña.
Creo que hay cosas que te marcan, pero la expresión de amor de mi madre, pálida y lánguida al sostener aquella pequeña criatura me generó escalofríos. Pero de felicidad. Tenía la misma expresión que cuando me ayudó a que crecieran mis lentejas, que cuando me enseñó que la vida consiste en rebrotar. Mi padre estaba al lado, agarrándole el hombro, y conteniendo profundas lágrimas de felicidad. Me tendió el enorme brazo y me cogió en volandas. Los cuatro nos fundimos en un intenso y cerrado abrazo, que hizo que todas las penurias que habíamos pasado en casa, todos los dolores, angustias y quebraderos de cabeza hubieran sido nada comparado con ese momento.
- Tú vas a ser mi pequeño brote- le susurró juntando la nariz con la suya- Un brote, Esmeralda.
Los días pasaron llenos de alegría y jolgorio con Esmeralda y Florentino en casa, parecía que eran almas gemelas.
Sin embargo, un día de madrugada, escuché vagamente desde mi cama unas arcadas en el baño, continuadas, y muy fuertes. Asustada, fui a ver lo que era. Por la rendija, vi a mi madre recolocada sobre el váter vomitando potentemente, y mi padre sujetándole del brazo. Dudé si entrar, pero por fin cesaron las arcadas. Mi madre, con la boca roja, raquítica, y más mortecina que nunca, rompió a llorar sobre el regazo de mi padre. Un llanto bajo, pero desgarrador. Mientras lloraba repetía por lo bajo "Me muero" seguidamente.
Volví a la cama, pero no pude volver a dormir en toda la noche.
Al día siguiente, mi padre fue a llevarle al hospital. Le ingresaron de emergencia y se pasó semana y media o más ahí. Mi padre se ocupaba de nosotras dos, y me encargó que yo pasease a Florentino y que regase la magnolia. Todas las tardes y todas las mañanas llevaba a Esmeralda para que mi madre le diese el pecho y para llevarle una flor. No sé en qué estado estaría mi madre, pero la expresión de demacramiento con la que volvía siempre lo decía todo.
Un día no pude evitar más el tema y le tuve que preguntar.
- Papá, mamá se está muriendo, ¿no?
Mi padre me miró fijamente. No dijo nada, lo único que hizo fue abrazarme fuertemente. Noté cómo mi pequeña y tupida cabeza se humedecía.
- Mañana iremos a ver a mamá.
Y así fue. No pude evitar poner cara de sorpresa al ver cómo estaba. Habría perdido diez kilos desde la última vez que pude verla. Ella, en cambio, esbozó una sonrisa de oreja a oreja que movió todas las arrugas y ojeras a un lado.
- Hola, tesoro- me abrazó y me meció- Hola, lentejita. ¿Qué tal está Florentino?
-Pues la verdad que está triste. Creo que te echa de menos.
Ella rió.
-No te preocupes, que enseguida estaré en casa. Mañana me dan el alta y estaré ya en casa, y cantaré bulerías contigo, Esmeralda y Florentino, ya verás qué bien lo pasamos.
- ¿Estás ya bien?
- Estoy bien, quizá no lo parece, pero estoy más a gusto que nunca aquí con vosotras- se recostó e hizo una pequeña pausa- Hija, oye. El tiempo que tarde en ir a casa voy a estar un poco ocupada, pero os voy a echar muchísimo de menos, no sabes cuánto. Tengo que arreglar unas cuantas cosas, pero mañana estaré ya con vosotras. Aquí también - Su mano huesuda me tocó el corazón, que palpitaba. Y recuerda: rebrotar, como la lenteja. No lo olvides. ¿Me prometes que nunca lo olvidarás? ¿Y que hasta que llegue a casa cuidarás a Esmeralda?
- Te lo prometo, mamá- Ella esbozó una sonrisa, y creo que vi salir de su ojo una pequeña lágrima. Tampoco entiendo qué tiene de emotivo hablar de los recados que hacer antes de ir a casa, pero bueno.

Han pasado diez años y Esmeralda ha crecido como un brote, lustrosa, bonita y fuerte. Me pregunta mucho por mamá, y a veces no sé por dónde empezar. Prefiero cantarle una bulería y enseñarle cómo Florentino se queda quieto, como si el tiempo se detuviese. Es una niña muy curiosa, me recuerda a mí de pequeña.
Una vez me preguntó por la magnolia, y cómo en los últimos años había crecido extrañamente más de lo normal. Hubo unos tres años que retrocedió y se secó, casi al punto de parecer muerto el árbol, pero este año han salido unos pocos capullos de flores blancas como la cal. Yo lo único que pude responderle a eso fue:
"Porque de eso va la vida. De rebrotar, emerger, creer... y sobre todo, de amar hasta la última gotita que eches a tu árbol".
Y te sorprendería, mamá, pero desde que Esmeralda lo riega salen más brotes que nunca.

1 comentario: