jueves, 9 de enero de 2014

El Santo Grial III


  Gales, dos años después

      Por fin recibí información por parte del equipo de arqueólogos de que el yacimiento de la cueva de Pontnewydd estaba provisto de andamios de madera que permitían la entrada segura de la cueva. Ilusionada, cogí mis pantalones que siempre usaba para ir más cómoda a las excavaciones y avisé a todos los arqueólogos que pude. Incluso avisé a Josh, con un poco de rencor por lo hace dos años, pero accedió encantado. Estaba segura de que ya de una vez por todas íbamos a encontrar el Santo Grial, y que nos íbamos a llevar la gloria de que con tanta energía y convencimiento hablaba Josh. Nos reunimos ese mismo día a las tres y cuarto de la tarde, donde no nos organizamos en grupos, sino que íbamos a ir todos juntos, ya que como en la zona norte estaba tan protegida, significaba que por allí sin duda se iba al Santo Grial. Entramos con cuidado y atención, por si acaso había alguna de esas trampas. Miré al suelo, y vi la sangre seca de la Srta. Bayliss. Una punzada de intensa culpabilidad afloró en mi mente dominándola por completo. Me caí de rodillas y solo pensaba en el sol y en el pedrusco gigante que mató a la señorita por mi culpa. Todo el mundo me lo negaba, pero era en definitiva culpa mía… Y maldita sea, yo lo sabía, en lo más profundo de mi ser, que ella no habría muerto si yo no hubiese estado allí. Era tan hiriente como una verdad disfrazada que había intentado guardar en mí todo este tiempo, una espina clavada fuertemente que escocía en el corazón… Vi vagamente a Josh acercarse a mí, pero al recordar cómo me enfadé por lo que me hizo, retrocedió, e indicó que me incorporaran. Parece que estaba para ir a un manicomio, así que fingí serenarme para calmar el ambiente. Josh esta vez sí que se atrevió a hablarme:
-¿Señorita? ¿Le pasa algo?
Cogí mis gafas que se escurrieron y le miré con el ceño fruncido.
-No, tranquilo, no se preocupe por mí, estoy bien-intenté tranquilizarles. Haciendo caso omiso a lo ocurrido, proseguimos nuestro camino hacia el Santo Grial. Entramos en una sala en la que era circular y llena de telarañas, con una manivela gigante de madera en la que se hallaba tallada una escritura en el centro. Cannelle se acercó y leyó en voz alta.
-”Id por donde habéis venido, extranjeros, si no queréis que las criaturas despierten de su sueño os despellejen a tiras”-¿A qué criatura se referirá?-preguntó, pensativa.
-A lo mejor tiene que ver con esa manivela que hay en el centro de la sala-intervino el Sr. Simpson. Yo, que estaba callada, corrí hacia él antes de que la girase, sabía sus intenciones de sobra. Me miró, perplejo. Mis ojos verdes  destellaron una milésima con suficiencia. Elevé mi porte y le expliqué:
-Sr. Simpson, ¿no se da cuenta de que es una sucia trampa? Los que supuestamente habían puesto esto han pensado que nos llamaría la atención y la giraríamos, ¿No cree?
-Es usted una mandona-dijo simplemente. Intenté pararle, pero no me dio tiempo a detenerle. Y ocurrió lo que ocurrió. De las bocas de una especie de tigre y perro de piedra, salieron chorros de agua por doquier. Lancé una mirada de reproche al Sr. Simpson, que se puso nervioso y corrió hacia todos lados.
-¿Qué podemos hacer?-gritó nerviosa Cannelle-yo tengo hijos, los pobres van a dejar de ver a su madre…-sollozó.
-¡Chicos!-interrumpí-Tengo un plan. ¿Veis el agujero en la pared a la izquierda? Podemos subir si pasamos por encima de las cabezas de los leones, pero para eso no nos podemos caer, así que por favor, estad tranquilos, será mejor.
      Todos asintieron rápidamente, les daba igual la salida con tal de salir de allí. Empecé saltando yo con detrás de mí a Cannelle, Josh y el Sr. Simpson. De repente oí un crujido detrás. Me giré lo más rápido que pude, hay que recordar que estábamos sobre cabezas de leones medio derruidas y estrechas. Cannelle casi se cae a no ser porque yo la agarré a tiempo. Cannelle me miró.
-Katherine, estoy en deu…
-Cannelle-le interrumpí-de nada, pero no hay tiempo para charlar.
-Perdona, ha sido un lapsus. Vamos rápido.
Por fin nos metimos en el agujero y corrimos; el agua nos estaba alcanzando. Gateé y me encontré con una bifurcación. Nerviosa, pensé. Los otros, al verme pararme, me miraron, perplejos.
-Este camino se bifurca, tendremos que ir en grupos-suspiré.
-¿Y...qué pasará si...el camino que coge un grupo...es el incorrecto…?-preguntó el Sr. Simpson.
Suspiré largamente. Hice un esfuerzo soberano para pronunciar las palabras que salieron a borbotones de mis labios:
-Que sea lo que Dios quiera.
-Que así sea-dijo Josh con expresión raramente indescifrable. Iré con la señorita Lightwood, y vosotros dos juntos, ¿entendido?
-S...si…-tartamudeó Cannelle.
      Y así los dos  grupos emprendimos nuestro camino, por separado, sin la reconfortante certeza de saber quién se iba a quedar en tierra. En cuanto a Josh y a mí, llegamos por fin a una portezuela roída de madera que hacía bajar a otra sala que estaba totalmente recubierta de oro. . Enfrente de nosotros se hallaba, ni más ni menos, el Santo Grial. Maravillado, Josh me miró unos segundos que yo correspondí con una sonrisa de oreja y corrió hacia la joya que estaba enfrente de él.
Pero ocurrió una cosa que no me esperaba para nada. Pisó una baldosa que era como una especie de trampa, que le elevó atado a una cuerda por un sistema de poleas hacia una zona  en la otra punta de la sala, bajo una piedra que fácilmente pesaría quinientos kilos, y que se hallaba inexplicablemente atada a una cuerda que no tenía pinta de resistir mucho. En la otra punta apareció otro pedrusco sobre el Santo Grial. Y apareció un resorte que accionó un letrero justamente delante de mí. “Ya que has llegado hasta aquí, ¿Qué prefieres, la vida de tu amigo, o la riqueza suprema? No te lo pienses  mucho, tienes un minuto exacto” 

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