Gales,
dos años después
Por fin recibí
información por parte del equipo de arqueólogos de que el yacimiento de la
cueva de Pontnewydd estaba provisto de andamios de madera que permitían la
entrada segura de la cueva. Ilusionada, cogí mis pantalones que siempre usaba
para ir más cómoda a las excavaciones y avisé a todos los arqueólogos que pude.
Incluso avisé a Josh, con un poco de rencor por lo hace dos años, pero accedió
encantado. Estaba segura de que ya de una vez por todas íbamos a encontrar el
Santo Grial, y que nos íbamos a llevar la gloria de que con tanta energía y
convencimiento hablaba Josh. Nos reunimos ese mismo día a las tres y cuarto de
la tarde, donde no nos organizamos en grupos, sino que íbamos a ir todos
juntos, ya que como en la zona norte estaba tan protegida, significaba que por
allí sin duda se iba al Santo Grial. Entramos con cuidado y atención, por si
acaso había alguna de esas trampas. Miré al suelo, y vi la sangre seca de la
Srta. Bayliss. Una punzada de intensa culpabilidad afloró en mi mente
dominándola por completo. Me caí de rodillas y solo pensaba en el sol y en el
pedrusco gigante que mató a la señorita por mi culpa. Todo el mundo me lo negaba,
pero era en definitiva culpa mía… Y maldita sea, yo lo sabía, en lo más
profundo de mi ser, que ella no habría muerto si yo no hubiese estado allí. Era
tan hiriente como una verdad disfrazada que había intentado guardar en mí todo
este tiempo, una espina clavada fuertemente que escocía en el corazón… Vi
vagamente a Josh acercarse a mí, pero al recordar cómo me enfadé por lo que me
hizo, retrocedió, e indicó que me incorporaran. Parece que estaba para ir a un
manicomio, así que fingí serenarme para calmar el ambiente. Josh esta vez sí
que se atrevió a hablarme:
-¿Señorita?
¿Le pasa algo?
Cogí
mis gafas que se escurrieron y le miré con el ceño fruncido.
-No,
tranquilo, no se preocupe por mí, estoy bien-intenté tranquilizarles. Haciendo
caso omiso a lo ocurrido, proseguimos nuestro camino hacia el Santo Grial.
Entramos en una sala en la que era circular y llena de telarañas, con una
manivela gigante de madera en la que se hallaba tallada una escritura en el
centro. Cannelle se acercó y leyó en voz alta.
-”Id
por donde habéis venido, extranjeros, si no queréis que las criaturas
despierten de su sueño os despellejen a tiras”-¿A qué criatura se
referirá?-preguntó, pensativa.
-A
lo mejor tiene que ver con esa manivela que hay en el centro de la
sala-intervino el Sr. Simpson. Yo, que estaba callada, corrí hacia él antes de
que la girase, sabía sus intenciones de sobra. Me miró, perplejo. Mis ojos verdes destellaron una milésima con
suficiencia. Elevé mi porte y le expliqué:
-Sr.
Simpson, ¿no se da cuenta de que es una sucia trampa? Los que supuestamente
habían puesto esto han pensado que nos llamaría la atención y la giraríamos,
¿No cree?
-Es
usted una mandona-dijo simplemente. Intenté pararle, pero no me dio tiempo a
detenerle. Y ocurrió lo que ocurrió. De las bocas de una especie de tigre y
perro de piedra, salieron chorros de agua por doquier. Lancé una mirada de
reproche al Sr. Simpson, que se puso nervioso y corrió hacia todos lados.
-¿Qué
podemos hacer?-gritó nerviosa Cannelle-yo tengo hijos, los pobres van a dejar
de ver a su madre…-sollozó.
-¡Chicos!-interrumpí-Tengo
un plan. ¿Veis el agujero en la pared a la izquierda? Podemos subir si pasamos
por encima de las cabezas de los leones, pero para eso no nos podemos caer, así
que por favor, estad tranquilos, será mejor.
Todos
asintieron rápidamente, les daba igual la salida con tal de salir de allí. Empecé
saltando yo con detrás de mí a Cannelle, Josh y el Sr. Simpson. De repente oí
un crujido detrás. Me giré lo más rápido que pude, hay que recordar que
estábamos sobre cabezas de leones medio derruidas y estrechas. Cannelle casi se
cae a no ser porque yo la agarré a tiempo. Cannelle me miró.
-Katherine,
estoy en deu…
-Cannelle-le
interrumpí-de nada, pero no hay tiempo para charlar.
-Perdona,
ha sido un lapsus. Vamos rápido.
Por
fin nos metimos en el agujero y corrimos; el agua nos estaba alcanzando. Gateé
y me encontré con una bifurcación. Nerviosa, pensé. Los otros, al verme
pararme, me miraron, perplejos.
-Este
camino se bifurca, tendremos que ir en grupos-suspiré.
-¿Y...qué
pasará si...el camino que coge un grupo...es el incorrecto…?-preguntó el Sr.
Simpson.
Suspiré
largamente. Hice un esfuerzo soberano para pronunciar las palabras que salieron
a borbotones de mis labios:
-Que
sea lo que Dios quiera.
-Que
así sea-dijo Josh con expresión raramente indescifrable. Iré con la señorita
Lightwood, y vosotros dos juntos, ¿entendido?
-S...si…-tartamudeó
Cannelle.
Y así los dos grupos emprendimos nuestro camino, por
separado, sin la reconfortante certeza de saber quién se iba a quedar en
tierra. En cuanto a Josh y a mí, llegamos por fin a una portezuela roída de
madera que hacía bajar a otra sala que estaba totalmente recubierta de oro. .
Enfrente de nosotros se hallaba, ni más ni menos, el Santo Grial. Maravillado,
Josh me miró unos segundos que yo correspondí con una sonrisa de oreja y corrió
hacia la joya que estaba enfrente de él.
Pero
ocurrió una cosa que no me esperaba para nada. Pisó una baldosa que era como
una especie de trampa, que le elevó atado a una cuerda por un sistema de poleas
hacia una zona en la otra punta de
la sala, bajo una piedra que fácilmente pesaría quinientos kilos, y que se
hallaba inexplicablemente atada a una cuerda que no tenía pinta de resistir
mucho. En la otra punta apareció otro pedrusco sobre el Santo Grial. Y apareció
un resorte que accionó un letrero justamente delante de mí. “Ya que has llegado
hasta aquí, ¿Qué prefieres, la vida de tu amigo, o la riqueza suprema? No te lo
pienses mucho, tienes un minuto
exacto”
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